«Lo único que merece la pena es la educación. Todos los otros bienes son humanos y pequeños y no merecen ser buscados con gran empeño. Los títulos nobiliarios son un bien de los antepasados. La riqueza es una dádiva de la suerte, que la quita y la da. La gloria es inestable. La belleza es efímera; la salud, inconstante. La fuerza física cae presa de la enfermedad y la vejez. La instrucción es la única de nuestras cosas que es inmortal y divina. Porque solo la inteligencia rejuvenece con los años y el tiempo, que todo lo arrebata, añade a la vejez sabiduría. Ni siquiera la guerra que, como un torrente, todo lo barre y arrastra, puede quitarte lo que sabes.»
El cuento que les traigo, y que bastantes de ustedes tal vez conozcan o reconozcan, ha tenido amplio éxito popular a través de los siglos, por lo sencillo y atinado de su contenido y por la amplitud de «aplicaciones» cotidianas de su moraleja, sin ir más lejos para algunas de las situaciones que se dan en la actual pandemia que padecemos. Muestra de sabiduría, ha pasado de generación a generación, formando así parte de nuestro sustrato cultural. Para que así siga siendo, merecería la pena recordarlo y que padres y abuelos lo cuenten y comenten con sus hijos y nietos.
Popularmente conocido como el cuento del padre, el hijo y el burro, se llama en realidad De lo que contesçió a un omne bueno con su fijo (De lo que aconteció a un hombre bueno con su hijo) y está incluido en la obra del Infante don Juan Manuel (1282-1348), nieto del rey Fernando III de Castilla, Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio, escrito entre 1331 y 1335. El libro consta de cinco partes, siendo la más conocida los 51 cuentos moralizantes o ejemplarizantes (de aquí lo de enxiemplos) que relata al Conde Lucanor su consejero Patronio, acompañados todos ellos de su moraleja. El que nos ocupa es el enxiemplo II.
Hasta que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son, y cuando las canta el pueblo, ya nadie sabe el autor. (Manuel Machado)
Las letras del cante flamenco son nacidas del pueblo, llanas y naturales, sin artificio. Por ello tienen la sencillez y la frescura de lo auténtico.
La mayoría son anónimas y han ido pasando de generación en generación, aunque algunos letristas son conocidos, como es el caso de Manuel Molina, poeta del flamenco.
Las estrofas son de escasos versos, con predominio de octosílabos. Son composiciones sueltas, sin continuidad; en el flamenco pocas veces una pieza tiene una letra con tema continuado que relate algo.
La plenitud la alcanzan cuando van acompañadas del cante, que les añade intensidad y hondura.
Aquí se ofrece una pequeña muestra:
Tu ventana es una cárcel, con el carcelero dentro y el prisionero en la calle.
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En la Venta de Vargas dan como tapa suspiros de ventera con albahaca.
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¿Qué más quieres tú de mí? Si hasta para el agüita que bebo te pido licencia ti.
«Idealmente, lo que debería decirse y repetirse a todo niño a través de su vida estudiantil es algo así:
«Estáis siendo indoctrinados. Todavía no hemos encontrado un sistema educativo que no sea de indoctrinación. Lo sentimos mucho, pero es lo mejor que podemos hacer. Lo que aquí se os está enseñando es una amalgama de los prejuicios en curso y las selecciones de esta cultura en particular.Seguir leyendo «ADOCTRINAMIENTO»→
Conviene tener en cuenta no sólo que cada día se va gastando la vida y quedando una menor parte de ella, sino que hay que tener en cuenta también que si uno vive mucho tiempo, no está claro si su inteligencia estará todavía igualmente capacitada para la comprensión de los hechos y para las especulaciones tendentes al conocimiento de las cosas divinas y humanas. Pues si comienza a desvariar, no le faltarán la respiración, la alimentación, la imaginación, el impulso y todas las otras funciones semejantes. Seguir leyendo «DISPONER DE SÍ»→
No te preocupes por el ayer: ha pasado. No te angusties por el mañana: aún no llega. Vive, pues, sin nostalgia ni esperanza: tu única posesión es el instante.
¿Por qué te afliges, Khayyam,
solo por haber cometido tantas culpas? Tu tristeza es inútil.
Después de la muerte, solo hay la Nada o la Misericordia.
Henos aquí con juglar, vino y rincón de la taberna, con posos del vino en la ropa, la copa, el corazón y el alma, sin fe en la clemencia y sin temor al castigo, sin sumisión al aire, el fuego, la tierra y el agua.
Sobre la tierra abigarrada camina alguien que no es musulmán ni infiel, que no es rico ni pobre. No venera a Alá ni a sus leyes. No cree en la verdad. No afirma nada. Sobre la tierra abigarrada, ¿quién es ese hombre bravo y triste?Seguir leyendo «SIN NOSTALGIA NI ESPERANZA»→
No bastan las metáforas para endulzar el amargo trago de la muerte. Me niego a ser llevado por la marea que suavemente conduce la vida humana a la inmortalidad y me desagrada el inevitable curso del destino. Estoy enamorado de esta verde tierra; del rostro de la ciudad y del rostro de los campos; de las inefables soledades rurales y de la dulce protección de las calles. Levantaría aquí mi tabernáculo. Me gustaría detenerme en la edad que tengo; perpetuarnos, yo y mis amigos; no ser más jóvenes, ni más ricos, ni más apuestos.
No quiero caer en la tumba como un fruto maduro. Toda alteración en este mundo mío me desconcierta y me confunde. Mis dioses lares están terriblemente fijos y no se los desarraiga sin sangre. Toda situación nueva me asusta. El sol y el cielo y la brisa y las caminatas solitarias y las vacaciones veraniegas y el verdor de los campos y los deliciosos jugos de las carnes y de los pescados y los amigos y la copa cordial y la luz de las velas y las conversaciones junto al fuego y las inocentes vanidades y las bromas y la ironía misma, ¿todo esto se va con la vida? ¡Y vosotros, mis placeres de medianoche, mis infolios! ¿Habré de renunciar al intenso deleite de abrazaros? ¿Me llegará el conocimiento, si es que me llega, por un incómodo ejercicio de intuición y no ya por esta querida costumbre de la lectura?
Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará. Nada nuevo hay bajo el sol.
(Eclesiastés, 1.9 )
Todo vuelve a empezar y nada hay nuevo bajo el sol; el hombre no cambia aun cuando cambien sus hábitos y las palabras de su lengua. Los hombres revolotean alrededor de la mentira como las moscas alrededor de un panal de miel, y las palabras del narrador embalsaman como incienso, pese a que esté en cuclillas sobre el estiércol en la esquina de la calle, pero los hombres rehúyen la verdad. (…)
En su maldad, el hombre es más cruel y más endurecido que el cocodrilo del río. Su corazón es más duro que la piedra. Su vanidad, más ligera que el polvo de los caminos. Sumérgelo en el río; una vez secas sus vestiduras será el mismo que antes. Sumérgelo en el dolor y la decepción; cuando salga será el mismo de antes. He visto muchos cataclismos en mi vida, pero todo está como antes y el hombre no ha cambiado. Hay también gente que dice que lo que ocurre nunca es semejante a lo que ocurrió, pero esto no son más que vanas palabras.Seguir leyendo «NADA HAY NUEVO BAJO EL SOL»→
Yo te he nombrado reina. Hay más altas que tú, más altas. Hay más puras que tú, más puras. Hay más bellas que tú, hay más bellas. Pero tú eres la reina.
Más dichoso vivirás, Licinio, no desafiando a todas horas los peligros de alta mar, ni, por horror a las tempestades, acercándote demasiado a la peligrosa costa.
El que se contenta con su dorada medianía no padece intranquilo las miserias de un techo que se desmorona, ni habita palacios fastuosos que despierten la envidia.
El alto pino es con más frecuencia sacudido por los vientos, las torres elevadas se desploman con mayor estruendo, y los rayos del cielo hieren las cumbres de los montes.
El ánimo bien preparado espera cambios cuando le acosa la adversidad, y teme si le sonríe la fortuna. Júpiter envía los crudos inviernos y Júpiter los ahuyenta. Seguir leyendo «LA DORADA MEDIOCRIDAD»→
… ¡ Corred a mí, espíritus propulsores de pensamientos asesinos!… ¡Cambiadme de sexo, y desde los pies a la cabeza llenadme, haced que me desborde de la más implacable crueldad!…. ¡Espesad mi sangre; cerrad en mí todo acceso, todo paso a la piedad, para que ningún escrúpulo compatible con la naturaleza turbe mi propósito feroz, ni se interponga entre el deseo y el golpe! ¡Venid a mis senos maternales y convertid mi leche en hiel, vosotros, genios del crimen, de allí de donde presidáis bajo invisibles sustancias la hora de hacer mal! ¡Baja, horrenda noche, y envuélvete como un palio en la más espesa humareda del infierno! ¡Que mi agudo puñal oculte la herida que va a abrir, y que el cielo, espiándome a través de la cobertura de las tinieblas, no pueda gritarme: “¡Basta, basta!”
(Hoy, 30 de octubre, hace 107 años que nació Miguel Hernández. «Vientos del pueblo» es un retrato de la España diversa.)
VIENTOS DEL PUEBLO ME LLEVAN
Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente, impotentemente mansa, delante de los castigos: los leones la levantan y al mismo tiempo castigan con su clamorosa zarpa.
No soy de un pueblo de bueyes, que soy de un pueblo que embargan yacimientos de leones, desfiladeros de águilas y cordilleras de toros con el orgullo en el asta. Nunca medraron los bueyes en los páramos de España. ¿Quién habló de echar un yugo sobre el cuello de esta raza? ¿Quién ha puesto al huracán jamás ni yugos ni trabas, ni quién al rayo detuvo prisionero en una jaula?
Asturianos de braveza, vascos de piedra blindada, valencianos de alegría y castellanos de alma, labrados como la tierra y airosos como las alas; andaluces de relámpagos, nacidos entre guitarras y forjados en los yunques torrenciales de las lágrimas; extremeños de centeno, gallegos de lluvia y calma, catalanes de firmeza, aragoneses de casta, murcianos de dinamita frutalmente propagada, leoneses, navarros, dueños del hambre, el sudor y el hacha, reyes de la minería, señores de la labranza, hombres que entre las raíces, como raíces gallardas, vais de la vida a la muerte, vais de la nada a la nada: yugos os quieren poner gentes de la hierba mala, yugos que habéis de dejar rotos sobre sus espaldas. Crepúsculo de los bueyes está despuntando el alba.Seguir leyendo ««VIENTOS DEL PUEBLO», HIMNO DE ESPAÑA»→
Madrugaba el conde Olinos mañanita de San Juan, va a dar agua a su caballo a las orillas del mar. Mientras su caballo bebe él canta dulce cantar; todas las aves del cielo se paraban a escuchar; caminante que camina olvida su caminar, navegante que navega la nave vuelve hacia allá. La reina estaba labrando, la hija durmiendo está: – Levantaos, Albaniña, de vuestro dulce folgar, sentiréis cantar hermoso la sirenita del mar. – No es la sirenita, madre, la de tan bello cantar, sino es el Conde Olinos que por mí quiere finar. Seguir leyendo «ROMANCE DEL CONDE OLINOS»→