RECOMENDACIONES PARA “VOTAR BIEN”

Este tío es que me saca de mis casillas. Cómo puede defender lo que ha hecho su gobierno, cómo dice las mentiras que dice. Y hay gente que se lo cree. Si solo con verle la jeta se da uno cuenta de su calaña. Estoy indignado, cabreado. Tengo que hacer algo. Hay que avisar a la gente antes de que sea tarde, estoy convencido de que es necesario un manual o algo que oriente al votante.

—Qué haces —me pregunta, asomándose a la tableta.

Me parece que no voy a poder terminar esto. A ver si me la quito pronto de encima y me deja acabar.

—Voy a escribir una cosilla para el blog. Quiero que tenga repercusión.

—Qué blog —se extraña— Si tú no tienes blog.

—Bueno, alguien me lo cederá. Ya sabes, ese que nos hace ser como somos.

—Ah. Y de qué va, si se puede preguntar. Lo que escribes, digo.

Me pienso si responderle, porque sé lo que va a venir. Pero estoy tan enfadado que no me importan las consecuencias:

—Quiero hacer unas recomendaciones a los votantes para estas elecciones generales.

—¿Para que voten lo que tú?

Con los años que llevamos juntos y todavía no se ha enterado de que yo no invado, yo respeto la opinión de los demás. No como ella. Tengo que pasar a la ofensiva:

—No empieces. Me conoces y sabes que no es eso, pero si lo fuera no haría nada malo. Yo no soy como tú, que intentas adoctrinar políticamente a todo el que se te acerca y calumnias y despotricas de los míos. Mi partido representa muy bien las ideas de mucha gente. Además tenemos un líder que no es como ese tuyo que ha llevado al país a la ruina; el nuestro es responsable además de estar muy bien preparado para gobernar.

—Sí que te conozco, perfectamente. Y sobre lo que dices del líder de tu partido, no me había dado cuenta. ¿No te habrás equivocado de persona? ¿Responsable y bien preparado ese mindundi? ¿Y no te olvidas de decir que miente más que parpadea?

No puedo discutir con ella, no es objetiva, no se da cuenta de su ceguera, no se distancia de sus prejuicios para ver las cosas con más perspectiva, es incapaz de separar los datos de las opiniones.

—El que dice una mentira tras otra es el de tu partido, que es un impresentable y hace todos los pactos y contorsiones políticas para seguir en la poltrona —le respondo.

—Por lo menos legisla para el bienestar general, no para el de unos cuántos. Y, además, el tuyo gobierna y gobernará con esos australopitecos que harán que terminemos volviéndonos a subir a los árboles.

—Ya estás con lo de siempre. Siempre disculpas a los de tu partido, o tapas sus vergüenzas atacando sin fundamento. No paras de ser subjetiva.

—¿Y tú me hablas de parcialidad? Tú  que solo lees los periódicos, ves los telediarios y oyes las radios de los de tu cuerda.

—No es cierto. No me dejas ver el telediario que quiero. Solo los días impares.

—Claro. Los pares son míos. No querrás que me termine dando un síncope oyendo las omisiones, mentiras y barbaridades de tu telediario.

—No te quejes. Sueles ponerte tapones en los oídos.

—Claro, tengo que defender mi salud mental. Me voy porque sé en qué puede terminar esto.

—Huyes, no tienes argumentos. No adviertes, por ejemplo, los beneficios individuales de que nos bajen los impuestos, aunque me vendrás con el cuento de que quién sufragará los programas sociales esos, que son un despilfarro inútil…

—Me mareas. Ahí te quedas.

Menos mal que no ha entrado al trapo. A ver si puedo terminar esto. 

Creo que me ha quedado bien; solo me falta resumir en unas recomendaciones generales: 

“Y el voto de ustedes sería de más calidad, más responsable y reflexivo si atienden a estas razonables sugerencias, que yo sigo escrupulosamente:

A la hora de votar hay que dejarse las vísceras en casa, mejor ser objetivo y olvidarse de las filias y fobias.

No creerse la mitad de la mitad de lo que dicen ciertos políticos en campaña; sobre todo esos que solo quieren perpetuarse en el poder.

Pensar no solo en yo-yo-yo, sino también en el bien del país.

No dejarse manipular por ciertos medios de comunicación, “miren y comparen”, y conserven la independencia de criterio.

En resumen, como acertadamente dijo un famoso escritor, hay que votar bien, saber a quien se vota. Hacerlo considerando la moderación, sensatez, no embarcarse en aventuras que dios sabe a donde nos llevan, votar con responsabilidad, pensando en lo nuestro, que nos bajen los impuestos… En fin, con libertad y sin dejarse influenciar por ciertos politicuchos y por las personas fanáticas que pueden encontrarse a nuestro alrededor.” 

Creo que ya he cumplido con mi deber ciudadano. 

DECEPCIONES

Ella sentía que era irresistible, deslumbrante, arrebatadora. Como aventuré que además sería sensible, le tomé la mano, la miré a los ojos y le recité un hermoso haikai:

¿Vuelven al tallo

las hojas desprendidas?

Son mariposas.

Esperó un poco y me dijo: ¿Ya está?

En el libro “Extrañezas (Microrrelatos y relatos cortos)”

VUELTA AL PASADO


Tengo, de siempre, un sueño recurrente que me atormenta, al que nunca me he acostumbrado y del que no consigo desasirme: una mano, que siento como mía, empuña una daga curva que gotea sangre.

No sé si relacionado con mi sueño, un impulso invencible me lleva a callejear incansablemente, sin rumbo y sin sentido, por el Albayzín.

Hoy, pasando por el Callejón de las Monjas, al lado del palacio de Dar al-Horra, mis pies traspasaron naturalmente, como si en mi casa entrara, el umbral de una vieja puerta de madera enmarcada por un arco de herradura adornado con yeserías. Una puerta que, apostaría mi vida, antes no estaba allí. Atravesado el zaguán, y ya en la parte baja del patio interior, después de pasar al lado de la alberca me vi ante otra puerta más pequeña, con su única hoja labrada con temas geométricos, y con una cerradura herrumbrosa. Como mandado, me arrodillé para mirar a través de ella.

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CINEFILIA

Siempre he querido, como en las películas de terror a las que soy tan aficionado desde chico, salir silenciosamente de mi dormitorio con una palmatoria en la mano. Como en aquella en que la llama de la vela tiembla en la oscuridad y proyecta sombras inquietantes en la pared. Bajar por la tenebrosa escalera, iluminando los escalones a mi descenso. Me imagino entrando en la cocina, abriendo el cajón y sacando un enorme cuchillo de trinchar como el de la escena de la ducha de Psicosis. Verme como el protagonista que vuelve y sube las escaleras lentamente empuñando el cuchillo, con una idea fija. Empujar sigilosamente la puerta que me dejé entreabierta y acercarme a la cama. Y aquí está el momento álgido: la música se precipita, sube de volumen y anticipa el clímax. Levanto el cuchillo y, con saña, lo descargo una y otra vez sobre el cuerpo que duerme…
Pero, ¿qué es esto? ¡Qué escándalo! Isabel, querida, ¿por qué gritas? ¿Qué te pasa? ¿Y qué hago yo fuera de la cama? ¿Qué es este líquido tibio y pegajoso que siento en la mano?
Si solamente estaba imaginando, construyendo secuencias de escenas irreales…

En el libro “Extrañezas (Microrrelatos y relatos cortos)”

NOSOTROS, LOS DE ENTONCES…

Alberto aparece de higos a brevas, incluso hay largas temporadas en las que no aparece. Pero ha habido otras, como ahora, en las que menudea. 

Yo a Alberto no lo conozco. Digo en persona; no tengo el gusto. Pero, a pesar de ello, es un viejo conocido.  

A ver:  al principio de mi relación con Ella, Alberto no asomaba, ni señales. Hasta que, hace ya una pila de años, en el transcurso de una discusión mayor, apareció y supe de su existencia: 

—No esperaba esto de ti. No tienes ningún tacto, ni pizca de sensibilidad. Esto Alberto no me lo hubiera hecho, era un caballero. A menudo recuerdo su delicadeza, su tacto, su saber estar… No debí rechazarlo para terminar con un sujeto tedioso, mentecato e insípido como tú (en aquellos tiempos mi Ella era muy fina desconsiderando; ahora se ha “popularizado”).  

Esto me dijo, más o menos. Ah, y que el caballero la quería mucho. 

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QUIERO UN PACTO CON MEFISTÓFELES

Me estoy haciendo mayor, lo noto. Y, obviamente, no me gusta ni un pelo. No es por quejarme; todo el mundo sabe (los jóvenes menos, claro) que esto de hacerse mayor es bastante lastimoso.

Lo primero en lo que lo noto es en que pienso demasiado. Más concretamente, reino demasiado, como se suele decir en mi tierra; es decir, le doy machaconamente vueltas al coco sobre algunas cosas. Y eso es señal de que uno ya no es tan joven, porque los jóvenes piensan menos pero actúan más, no les da por problematizarse inútilmente. Algunos dirán que eso de reinar es una actitud reflexiva, y que es bueno. Pero son tonterías, no saben lo que dicen, es una clara señal de declive.

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JAPA MALA

Hace como siete u ocho días que sobre las seis de la tarde se mete en el dormitorio, cierra la puerta y me pide que, por favor, no la moleste durante la siguiente media hora. Aunque soy discreto y nada metijón, también soy curioso (en el buen sentido, se entiende), de manera que aquí me tienen ustedes con la oreja pegada a la puerta [qué vergüenza, menos mal que no se va a enterar nadie] a ver si averiguo algo. Como los días anteriores, solo oigo un susurro repetitivo y casi imperceptible. En una ocasión me pareció descifrar algo así como estoy muy bien sin él, pero no estoy nada seguro.

Se me dirá que la cosa tiene fácil solución: preguntar. Ya he indagado, primero indirectamente:¿algún problema?, ¿si llaman por algo urgente te puedo interrumpir?, ¿puedo entrar si necesito algo del dormitorio?, pero aparte de si o no nada he obtenido. No he avanzado más para evitar provocar respuestas indeseadas del tipo a ti qué te importa lo que yo haga, dado que no atravesamos un momento de mucha sintonía. Cosas.

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DE ANTICIPACIONES


A ver, otra vez. 

Llego, llamo al timbre. Seguro que me abrirá la madre. Le sonrío. Señora, ¿está su hija? Me llamo… Carlos; no, el nombre solo se lo diré si me pregunta. 

¿Que no está? ¡Qué dice! ¡Cómo que no está! ¡Me está usted mintiendo! ¡Sé que está, la he visto entrar! ¡Es ella la que le ha dicho que me diga que no está! 

No, para, coño, para. Demasiado fuerte, la vas a asustar, tienes que parecer educado, te tienes que contener. Sabes que por no controlarte te metes en laberintos.

Veamos, otra vez. Llamo, me abre la vieja. Yo pregunto amablemente. Me dirá: ahora mismo no puede salir. ¡Cómo que no puede salir! ¿Me tomas el pelo, vieja canija? Entonces le entra el pánico y empieza a gritar esa momia chillona y tengo que salir pitando antes de que acuda todo el vecindario. 

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MONÓLOGO DE UN CICLISTA

Cuando me he dado cuenta, ya tenía un manillar sobre las narices, a punto de atravesarme los quevedos y estropearme un ojo. El resto de la bicicleta también ha estrellado en mí con violencia. Quedamos así, ella y yo, componiendo un cuadro absurdo y contradictorio, casi ridículo: una bicicleta, algo tan dinámico, tan cinético, y una estatua de mi porte. Choca, desentona con mi esencia estática además de con mi continente grave y reposado, y lo violenta claramente, dando la impresión de algo sumamente antiestético e irrespetuoso. 

¿A ti no te parece? Lo mismo detectas en mis palabras algún deje irónico, y no me tomas en serio. Pero, créeme, aunque intente tomármelo con humor, no termino de acostumbrarme a esta y otras zafiedades de las que ya te he dado cuenta. Así que espero de tu parte un poco de empatía y solidaridad, ya que eres mi íntimo confidente, te cuento cosas que hasta ahora no había contado a nadie.  

No culpo al biciclo, que al fin y al cabo es artefacto útil y sin ninguna voluntad de molestar, sino a su dueño que me la ha apontocado con desconsideración y daño para ella y para mí. 

El sujeto llega sudoroso y resoplando, se deshace del casco y de la mochila, me los pone al lado, Y, menos mal, él se sienta en el otro extremo, lejos de mí. 

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MELANCOLÍA

Sin que sepa por dónde habrá entrado, se me ha colado la melancolía. Es un estado algo desagradable y molesto, el melancólico. Es como si te cercara un halo negruzco, los colores desaparecen o se difuminan, todo tiende al gris. Las fuerzas menguan, te vuelves átono, un poco desvalido. La tristeza te ronda tenaz, te permea entero, se te pega como una mosca cojonera. 

Creo que me he dejado abiertas las ventanas de los recuerdos y por eso la he cogido, como se coge un resfriado. Un resfriado de melancólicos recuerdos. Aunque puede ser que ya la tuviera dentro, y ahora me dice: no he entrado, aquí estaba, ¿no lo sabías de otras veces? 

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LAS ROSAS NO SE ROBAN

—Señora, esas flores son cosa pública. 

Lo dice esta joven que ya lleva algún tiempo sentada en mi banco, leyendo, a intervalos, un libro de política. De su perfil derecho, que es el que puedo ver, atraen mi atención un lunar bajo el labio inferior y un zarcillo colgante de plata. 

Se  dirige a una mujer mayor que está junto al rosal de al lado. La mujer, con la despreocupación de quien está en su jardín, se afana en aligerar el rosal, cortando sus flores y metiéndolas en una bolsa de plástico que lleva colgada del brazo. Ocupación censurable se me antoja este quehacer, y de mal gusto el agolparlas en una innoble bolsa de plástico. Pero ya se sabe, la belleza puede ser peligrosa para sí misma, pues en su esencia aúna su gloria y su perdición: hay quien no se satisface con admirarla, además quiere poseerla. 

Cuando lo oye, la señora se gira y amusga los ojillos para mirar, con cierta mala uva, a la impertinente. Se nos acerca al banco y prefiere, en contra de lo que parecía su primer impulso, optar por las buenas formas: 

—Hija, es que, casualmente, pasaba por aquí, me ha llamado la atención lo bonitas que son, y me ha dado por coger una —el tono intenta ser seductor, casi obsequioso.

—Señora, ahí no lleva usted solo una —dice la muchacha señalando la  bolsa de plástico, de la que asoman un buen puñado de rosas delatoras. Y añade: 

—Y viene usted equipada con esas tijeras, lo que no parece tan casual — su dedo se dirige ahora a las tijeras que la otra todavía ostenta en la mano derecha. 

No se detiene y prosigue, inclemente:

—Y es el segundo rosal que saquea en detrimento de la propiedad colectiva. Ya ha cogido de aquellas —apunta a un rosal de rosas blancas un poco más lejano—  Si hubiera sido una sola tal vez no le hubiera dicho nada, pero está procediendo una expoliación. 

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ESTA NIEBLA HE SOÑADO CON ESTATUAS

Todo es una algarabía de ruidos de herramientas y de vestigios confusos de rostros y cuerpos. En este estado de irrealidad todo parece congregarse en esta masa de niebla gris y húmeda que me cerca y que, en mi interior, se hermana con la bruma de mis cavilaciones. 

Creo haber oído descargar la maza sobre el puntero, he sentido el calor del metal líquido al vaciarse en los moldes, he distinguido el rascar de la espátula, el runrún de la lima; he observado la contundencia del desbaste, la crispación de la mano que empuña el cincel o las gubias y la suavidad de la que modela y pule. 

Se me han figurado relinchos de caballo, estrépito de armaduras y espadas, destellos de manos rojas de arcilla, el rasgar de una pluma sobre el papel, el sonido del volteo de la página de un infolio, las destemplanzas del agua, sol y el viento.

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MAMÁ, ESE HOMBRE TE ESTÁ MIRANDO EL CULO

Desde que llegó casi no se ha movido. Lo tengo aquí al lado, mirándose el interior de las manos entrelazadas sobre las piernas. Está flaco, los pómulos le sobresalen; debajo de la gorra, los ojos se le sugieren chicos y con ojeras abultadas. Casi no tiene labios, la boca apretada es ahora una hendidura delgada. No lleva barba, solo es que no se ha afeitado en varios días. El semblante es triste, meditabundo. Debajo de una de esas feas prendas de plástico, que son como acolchadas, lleva una sucinta camisa de rayas, algo sucia. Los pantalones, de pana, atacados con un cinturón negro de cuero cuarteado, le sobran por todas partes. Los zapatos no son muy viejos, pero lo mismo que su dueño, se ven algo deteriorados por la falta de cuidados. Resumiendo, no tiene buen aspecto; está claro que la vida no le trata demasiado bien. Si pudiera le daba algo de conversación para que se evadiera un poco de sus cuitas, pero se supone que las estatuas no estamos muy dotadas para eso. Sin embargo, aunque este no sea el caso, no faltan los solitarios que me hablan; me hacen comentarios de lo más variado sobre esto y aquello. Será la necesidad de ser escuchados o de echar fuera lo que piensan; no sé. Algún día te lo contaré con pormenor. 

Enfrente, a cierta distancia, una mujer, inclinada, con una falda amplia estampada y una camisa color caldera, está atándole los cordones de los zapatos a un crío pequeño, de sobre dos años. La mujer es más bien joven y muy guapa. Tiene el pelo trigueño, cortado a lo garçon, como se decía antes. Estaba yo atisbando la escena, pensando en la plenitud de la madre, y la incipiencia del niño que, a su vez, miraba hacia a mi banco, cuando sucedió:  

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