DE ANTICIPACIONES


A ver, otra vez. 

Llego, llamo al timbre. Seguro que me abrirá la madre. Le sonrío. Señora, ¿está su hija? Me llamo… Carlos; no, el nombre solo se lo diré si me pregunta. 

¿Que no está? ¡Qué dice! ¡Cómo que no está! ¡Me está usted mintiendo! ¡Sé que está, la he visto entrar! ¡Es ella la que le ha dicho que me diga que no está! 

No, para, coño, para. Demasiado fuerte, la vas a asustar, tienes que parecer educado, te tienes que contener. Sabes que por no controlarte te metes en laberintos.

Veamos, otra vez. Llamo, me abre la vieja. Yo pregunto amablemente. Me dirá: ahora mismo no puede salir. ¡Cómo que no puede salir! ¿Me tomas el pelo, vieja canija? Entonces le entra el pánico y empieza a gritar esa momia chillona y tengo que salir pitando antes de que acuda todo el vecindario. 

¡Joder, no, no y no! ¡Cacho de carne con ojos! ¡Así no! ¿En qué leches piensas, borrico? Sitúate, mierda, pareces lelo. 

Señora, buenas tardes. Le sonrío otra vez. Me separo algo de la puerta para que no se sienta amenazada, me mantengo así, a distancia. Soy compañero de trabajo de su hija. Vengo a traerle estos papeles que se ha dejado en la oficina. Y le enseño la carpeta. ¿Señora, puedo pasar y le explico? La vieja  me mira con desconfianza y me dice que no. Yo la empujo, estoy ya hasta los cojones de tanta contemplación. Le tapo la boca con la mano antes de que vuelva a chillar y rápido le pego los labios con la cinta. Sí, aquí tengo el rollo, en el bolsillo de la cazadora. 

¡Qué desastre, no tienes remedio, tío! Hay que empezar de nuevo: pongamos que vale hasta que le digo que si puedo pasar.  Para despistarla le comento: qué flores tan bonitas las de ese jarrón (espero que haya un jarrón con flores naturales a la entrada). La miro mejor y digo deteniéndome de verdad en su pelo casi blanco: es precioso ese pasador. Ella me mira amusgando sus ojillos miopes y me dice que amable y caballero es usted joven, parece usted muy buena persona, y me sonríe bondadosamente, y veo que es una señora agradable que me recuerda a mi madre, tiene hasta aquel mismo olor inocente e inasible. Entonces le contesto es usted muy buena conmigo, señora, hace tiempo que no me dicen algo parecido. Si no está su hija no se preocupe, no me importa nada, otro día vendré. Y retrocedo feliz, sonriéndole, me siento como aliviado, como un poco etéreo. La señora también me sonríe, parece que le caigo bien. 

¿Qué? ¡Qué!, ¿qué dices, asno de dos patas? ¿Te has vuelto ñoño? Vamos, vamos, otra vez, y a ver si es la última. Sigue desde lo de si puedo pasar. Y esta vez no hay jarrón ni flores… y la vieja no es como mi madre. La vuelvo a mirar, y mientras estoy pensando qué le voy a decir, baja ella, la que busco, la que me desvela, por las escaleras, alarmada por tanta retahíla de palabras incomprensibles y, extrañada, me mira de hito en hito y me musita ¿Pablo, tú que haces aquí tan temprano? 

Y qué le digo entonces. Qué me invento. Me ha cogido. 

Y es verdad: a todo esto, ¿tú a qué ibas a esa casa y de qué conoces a esa mujer?  

No ves, no puedes ir.

Vale, pues no vayas, mejor. 


En el libro “Extrañezas (Microrrelatos y relatos breves)”

2 comentarios en “DE ANTICIPACIONES

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