VUELTA AL PASADO


Tengo, de siempre, un sueño recurrente que me atormenta, al que nunca me he acostumbrado y del que no consigo desasirme: una mano, que siento como mía, empuña una daga curva que gotea sangre.

No sé si relacionado con mi sueño, un impulso invencible me lleva a callejear incansablemente, sin rumbo y sin sentido, por el Albayzín.

Hoy, pasando por el Callejón de las Monjas, al lado del palacio de Dar al-Horra, mis pies traspasaron naturalmente, como si en mi casa entrara, el umbral de una vieja puerta de madera enmarcada por un arco de herradura adornado con yeserías. Una puerta que, apostaría mi vida, antes no estaba allí. Atravesado el zaguán, y ya en la parte baja del patio interior, después de pasar al lado de la alberca me vi ante otra puerta más pequeña, con su única hoja labrada con temas geométricos, y con una cerradura herrumbrosa. Como mandado, me arrodillé para mirar a través de ella.

En aquella estancia vi a una mujer frente a un hombre. La mujer se desprendió del velo que le ocultaba el rostro y, antes de encerrarse en los brazos que la atraían, giró la cabeza hacia la puerta y la oí exclamar en aquella lengua extraña y familiar:

—¡Vete, mi señor nos mira!

En el libro “Extrañezas (Microrrelatos y relatos cortos)”

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