VUELTA AL PASADO


Tengo, de siempre, un sueño recurrente que me atormenta, al que nunca me he acostumbrado y del que no consigo desasirme: una mano, que siento como mía, empuña una daga curva que gotea sangre.

No sé si relacionado con mi sueño, un impulso invencible me lleva a callejear incansablemente, sin rumbo y sin sentido, por el Albayzín.

Hoy, pasando por el Callejón de las Monjas, al lado del palacio de Dar al-Horra, mis pies traspasaron naturalmente, como si en mi casa entrara, el umbral de una vieja puerta de madera enmarcada por un arco de herradura adornado con yeserías. Una puerta que, apostaría mi vida, antes no estaba allí. Atravesado el zaguán, y ya en la parte baja del patio interior, después de pasar al lado de la alberca me vi ante otra puerta más pequeña, con su única hoja labrada con temas geométricos, y con una cerradura herrumbrosa. Como mandado, me arrodillé para mirar a través de ella.

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JAPA MALA

Hace como siete u ocho días que sobre las seis de la tarde se mete en el dormitorio, cierra la puerta y me pide que, por favor, no la moleste durante la siguiente media hora. Aunque soy discreto y nada metijón, también soy curioso (en el buen sentido, se entiende), de manera que aquí me tienen ustedes con la oreja pegada a la puerta [qué vergüenza, menos mal que no se va a enterar nadie] a ver si averiguo algo. Como los días anteriores, solo oigo un susurro repetitivo y casi imperceptible. En una ocasión me pareció descifrar algo así como estoy muy bien sin él, pero no estoy nada seguro.

Se me dirá que la cosa tiene fácil solución: preguntar. Ya he indagado, primero indirectamente:¿algún problema?, ¿si llaman por algo urgente te puedo interrumpir?, ¿puedo entrar si necesito algo del dormitorio?, pero aparte de si o no nada he obtenido. No he avanzado más para evitar provocar respuestas indeseadas del tipo a ti qué te importa lo que yo haga, dado que no atravesamos un momento de mucha sintonía. Cosas.

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ESTA NIEBLA HE SOÑADO CON ESTATUAS

Todo es una algarabía de ruidos de herramientas y de vestigios confusos de rostros y cuerpos. En este estado de irrealidad todo parece congregarse en esta masa de niebla gris y húmeda que me cerca y que, en mi interior, se hermana con la bruma de mis cavilaciones. 

Creo haber oído descargar la maza sobre el puntero, he sentido el calor del metal líquido al vaciarse en los moldes, he distinguido el rascar de la espátula, el runrún de la lima; he observado la contundencia del desbaste, la crispación de la mano que empuña el cincel o las gubias y la suavidad de la que modela y pule. 

Se me han figurado relinchos de caballo, estrépito de armaduras y espadas, destellos de manos rojas de arcilla, el rasgar de una pluma sobre el papel, el sonido del volteo de la página de un infolio, las destemplanzas del agua, sol y el viento.

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LA PRIMERA CITA

Esa mesa del rincón es la mejor, está alejada del paso de la gente, nadie nos importunará. Creo que he llegado algo temprano, mientras la espero me tomaré una manzanilla. Llamaré a ese camarero alto, es el que mejor me atiende. 

Estoy algo nervioso, es la primera vez que quedamos solos. A ver qué haces, no vayas a meter la pata, las primeras impresiones son muy importantes. 

Cuando la vea entrar, cuando la vea andando como solo ella sabe andar, salgo a su encuentro a recibirla. No, eso tal vez sea excesivo. Mejor me quedo sentado, pero le sonrío mientras se acerca. Cuando llegue sí que me levanto. Le digo hola, ella también me dirá hola. Se sienta y solo entonces me siento yo. Le digo qué guapa estás, ese vestido te queda estupendamente. Le gustará que se lo diga, seguro. Y se reirá, siempre está riendo. Traerá el vestido largo y entallado por la cintura, de color azafrán, el que me gusta. Bueno, si trae otro también le digo que está guapa. ¿O no le digo lo de guapa y solo que el vestido le sienta bien? No quiero propasarme. 

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CAMARERO EN SU ATALAYA

Camarero en su atalaya

Antes de salir de su casa para el trabajo, Enrique no olvida ponerse la coraza y dejar en un cajón sus atributos masculinos. Son precauciones no nacidas solamente de la reflexión sino mayormente de los años de experiencia. Enrique es camarero, pero no cualquier camarero. Lo suyo es vocacional, es un profesional de la hostelería, de los que piensan que ser un buen camarero no está al alcance de cualquiera. El camarero debe tener tacto, nervios de acero, el freno de mano siempre a mano, la paciencia del santo Job. Un camarero debe saber tomar el pulso al cliente y hacerle un diagnóstico inicial, aguardar o tantear para ver por dónde sale y obrar en consecuencia. No es tanto, pues, una preparación técnica la que se requiere (que también), sino además un cierto talante y otras virtudes que a veces, como es el caso de Enrique, van incluidas en la forma de ser.  

Una de las razones por las que a nuestro hombre le tira su profesión es porque es una suerte de atalaya desde la que otea cómo se revela la variada condición humana. 

Alrededor de esas mesas que, con esmero,  ya se ha ocupado de  colocar y limpiar, se sientan almas de lo más dispar. Enrique trabaja diligente y eficazmente, pero además, como no es sordo, oye y como no es ciego, ve. Y no solo oye y ve, sino que, además, saca sus conclusiones de todo ello. Por lo que Enrique, además de buen camarero, es un hombre sabio. 

Fíjense en el señor de aquella mesa, grueso pero macizo, de pelo ralo y barba cana, el que lee el periódico de la casa que todas las mañanas le pide. A este caballero, de maneras cortantes que habla poco pero sentando cátedra, no le vale cualquier tostada, tiene que ser de mollete de Antequera, y en su punto. Y si algún día no los ha traído el panadero se malhumora y medio jura para sí. ¿Es tan tiquismiquis para todo? ¿Se descontrola por cualquier contratiempo? ¿Es una persona rígida? ¿Comprensiva? Enrique no busca prender etiquetas, sabe que la mayoría de las veces son inexactas o insuficientes, no es brocha gorda lo que le interesa, sino matices, detalles. Seguir leyendo «CAMARERO EN SU ATALAYA»

FABRICANDO MI DIOSA

Un filósofo antiguo griego llamado Jenófanes de Colofón decía, grosso modo, que los dioses de los blancos eran blancos, los dioses de los nubios eran negros y que si los bueyes tuvieran dioses serían bueyes. Venía a decir lo mismo que otro colega suyo, Feuerbach, señaló dos mil quinientos años después: que Dios no hizo al hombre a su imagen y semejanza sino que precisamente es al contrario, el hombre construye a Dios según sus medidas y posibilidades. O dicho de otra manera: Dios tal vez no sea sino un invento humano, y si acaso existe, lo más seguro es que no se parece en nada a las diferentes formas con que los humanos nos lo hemos adaptado. Muchos más filósofos y gente de a pie han apoyado estas ideas, sin ir más lejos el irreverente Nietzsche, ese que dijo lo de Dios ha muerto.  

Por eso los dioses son muy variados según el tiempo, el lugar y las circunstancias en que estén los hombres que los fabrican. Consecuentemente, todos ellos adolecen de algunos defectillos humanos; por ejemplo, en cuanto a belicosidad normalmente suelen ser pacíficos, pero los hay iracundos y vengativos como el Yahvé de los israelitas, o incluso a los que les gusta la sangre fresca humana como era el caso del Huitzilopochtli de los aztecas. Y los dioses griegos ya se sabe que, según la mitología que cuenta sus andanzas, eran demasiado humanos. Seguir leyendo «FABRICANDO MI DIOSA»

DESFOGUE VERGONZOSO

estoy harto de las convenciones me repatean todas no quiero tener que responder sonriendo a los buenos días de la insulsa vecina del tercero con su perrito   noperdonounaesquina estoy hasta los cojones de sofocar tacos de ser una persona educada de tener que comer con cuchillo y tenedor de no poder mear contra un árbol como se les permite a todos los perros y tener que ir cuando estoy reventando a unos grandes almacenes no sé por qué tengo que aguantar las colas sin colarme y levantar del suelo a las ancianitas imprudentes que se caen a santo de qué tenía que poner las comas los puntos y los otros signos en este texto cuando ya bastante tengo con no haber puesto muchas faltas de ortografía convencional aunke aora ni eso hare me Seguir leyendo «DESFOGUE VERGONZOSO»

¿QUIÉN HA SIDO?

 

 

—¡Quién ha sido!

La madre, desde el sillón, se lo pregunta a los tres niños sentados enfrente, en el sofá. Se saca los zapatos, se rasca con ahínco los pies y repite:

—¡Quién ha sido!

Los niños la miran con extrañeza. 

—Mamá, qué te pasa en los pies, los tienes rojos —pregunta Elena.

—¡No es nada!

—Está muy enfadada—murmura Elena a María.

—Quién ha sido qué —dice María.

—No hace falta que os lo diga, quién lo ha hecho lo sabe. Y quiero que lo diga, que lo confiese, esto no puede quedar así—y sigue rascándose furiosamente los pies.

—Sea lo que sea yo no he sido —dice Elena. Seguir leyendo «¿QUIÉN HA SIDO?»

UNA DE CAL Y OTRA DE ARENA

 

La ciudad puede ser algo peligrosa, algunas incluso casi un campo de minas, para personas de la tercera edad. Pero hay ancianitas valientes, intrépidas y aventureras que no se arredran. Como esa de ahí que va apresurada por la acera, lanzada a cruzar cuando el semáforo acaba de enrojecer para los peatones.

El autobús ya ha arrancado cuando ella, impulsada por la inercia y la decisión empieza a cruzar.

En ese instante, decisivo para una vida, sorpresivamente sale de la acera un joven flaco, con barba rala, el pelo largo y desgreñado, con un anorak grasiento, que invade el paso de cebra para agarrar a la señora con intención de evitar el atropello. La toma y trata de atraerla hacia la acera. El conductor de autobús, que no espera la irrupción y va mirando al frente, frena en seco cuando los ve con el rabillo del ojo. Pero ya es tarde. Y el autobús golpea el costado del hombre y da con este y con la señora en el asfalto.  Seguir leyendo «UNA DE CAL Y OTRA DE ARENA»

MIRANDO

 

 

 

Desde mi terraza noto como, aposentado sobre el blanco horizonte de la Sierra, me mira, inmutable y familiar, el Veleta. Más cerca, esos montes pardos y, en sus pendientes, los pueblos. 

En mis arriates resiste al frío el cactus, el sedum conserva tersas sus hojas rechonchas. Huele poco la hierbabuena, se ha marchitado el esplendor del kalanchoe y los geranios están arrecidos, muy desmejorados.  Seguir leyendo «MIRANDO»

EL ARREBATO DE ALONSO QUIJANO


Ese viejo fracasado, ese juntaletras en retirada, me sacó de mi hacienda y me paseó por todo el reino, poniéndome a decir y hacer infinita retahíla de despropósitos, todo lo que no estaba en los escritos.

En qué falté yo a ese plumífero para que así me incomodara, poniéndome en tal cúmulo de fantochadas. Qué torció su caletre para que vertiera en mi boca tantas palabras que a nadie importan y a nadie llegan.

Todo para poner su nombre, y el nombre que su capricho me hizo tomar, en la primera página de un rimero de hojas que todos dicen conocer, y pocos han leído. Seguir leyendo «EL ARREBATO DE ALONSO QUIJANO»