JAPA MALA

Hace como siete u ocho días que sobre las seis de la tarde se mete en el dormitorio, cierra la puerta y me pide que, por favor, no la moleste durante la siguiente media hora. Aunque soy discreto y nada metijón, también soy curioso (en el buen sentido, se entiende), de manera que aquí me tienen ustedes con la oreja pegada a la puerta [qué vergüenza, menos mal que no se va a enterar nadie] a ver si averiguo algo. Como los días anteriores, solo oigo un susurro repetitivo y casi imperceptible. En una ocasión me pareció descifrar algo así como estoy muy bien sin él, pero no estoy nada seguro.

Se me dirá que la cosa tiene fácil solución: preguntar. Ya he indagado, primero indirectamente:¿algún problema?, ¿si llaman por algo urgente te puedo interrumpir?, ¿puedo entrar si necesito algo del dormitorio?, pero aparte de si o no nada he obtenido. No he avanzado más para evitar provocar respuestas indeseadas del tipo a ti qué te importa lo que yo haga, dado que no atravesamos un momento de mucha sintonía. Cosas.

También he notado que, desde hace algunos días, colgado de uno de los tiradores de la cómoda ha aparecido un collar. Un collar de cuentas amarillas de madera, con una borla verde más gruesa que sobresale del extremo del hilo que las engarza. Al principio no le hice caso: un collar más que se ha comprado.  Lo que sí me pregunté si no había otro sitio mejor para guardarlo que colgado de un pomo; los otros los tiene en joyeros o cajas, que para eso están. Y también me llamó la atención no vérselo puesto, ella que siempre luce de inmediato sus nuevas compras.

Un descuido suyo vino a iluminarme y sacarme de mi extrañeza. Encontré, sobresaliendo del libro que ahora lee, a modo de marcapáginas, una hojita de color rosa impresa. La curiosidad, tentadora e indiscreta, me llevó a coger e investigar la hojita. Y leyéndola volví a constatar mi ignorancia infinita. En esta ocasión he aprendido que existe el japa mala, es decir, una ristra de 108 cuentas engarzadas que, básicamente, se utiliza para repetir mantras. Asociando, mi mente poderosa llegó a la conclusión de que lo que había colgado del tirador de la cómoda no era un collar, sino un japa mala. Y hasta llego más allá, infiriendo que lo que mi Ella hacía en esa media hora misteriosa era repetir 108 veces un sonido, sílaba o frase. Qué decepción. Digerida la información anterior, la pregunta que me hice a renglón seguido es por qué ella lo utiliza.

El tema del japa mala, por lo que me dice Internet, tiene muchas implicaciones y ramificaciones, que no es cuestión de tratar por extenso aquí. Tiene su ritual, que especifica cómo se tiene que tomar con las manos y pasar con los dedos, por qué cuenta hay que empezar y más cosas. La respuesta a la pregunta que me hacía más arriba parece ser: repetir 108 veces un mantra proporciona “una sensación de paz, serenidad, equilibrio y armonía”.

No sé si hacer comentarios sobre el asunto, porque luego me dicen que aprovecho cualquier excusa para desaprobarla (a mi Ella, digo), y no es muy caballeroso criticar a una dama y más cuando no puede defenderse. Tampoco voy a hablar de los resultados de las sesiones de japa mala tras casi una semana de encierros. Es decir, no voy a comentar nada sobre la incidencia de esta práctica en sus niveles de paz, serenidad, equilibrio y armonía.

Otra pregunta que me hago es qué mantra o mantras habrá elegido. No sé por qué me da la impresión de que alguno tiene que ver conmigo. Si me oyera, se pondría atrabiliaria y me diría que soy un fatuo sin remedio, que si todavía no me he enterado de que hace tiempo que pasa de mí.  

Pero, ya que estamos en el tema, sí quiero aprovechar la ocasión para reivindicar nuestro castizo rosario y defenderlo de otros instrumentos pacificadores y adormecedores importados desde tan lejos como la India. No entiendo esa moda de utilizar intermediarios espirituales orientales teniendo como tenemos los propios.

Como ya estaba satisfecha mi curiosidad, al menos en parte, no hice más tanteos para que ella me aclarara nada. Así que, tras alguna otra tentativa tímida e infructuosa para enterarme de sus mantras, dejé de pegar la oreja a la puerta del dormitorio. Visto que no le hacía caso, ella misma me desveló el misterio de los encierros. Y como tampoco le hice mucho caso, al final dejó los retiros de media hora. Me parece que también le ayudó el comprobar que la técnica del japa mala no es una solución mágica para…

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