QUIERO UN PACTO CON MEFISTÓFELES

Me estoy haciendo mayor, lo noto. Y, obviamente, no me gusta ni un pelo. No es por quejarme; todo el mundo sabe (los jóvenes menos, claro) que esto de hacerse mayor es bastante lastimoso.

Lo primero en lo que lo noto es en que pienso demasiado. Más concretamente, reino demasiado, como se suele decir en mi tierra; es decir, le doy machaconamente vueltas al coco sobre algunas cosas. Y eso es señal de que uno ya no es tan joven, porque los jóvenes piensan menos pero actúan más, no les da por problematizarse inútilmente. Algunos dirán que eso de reinar es una actitud reflexiva, y que es bueno. Pero son tonterías, no saben lo que dicen, es una clara señal de declive.

Otra claro síntoma de decadencia es que me he ido volviendo cada vez más tiquismiquis en ciertos aspectos como la comida y bebida. Antes, cuando era más joven, comía y bebía mucho y de todo. Ya solo me gustan ciertos vinos, más «selectos», la carne asada tiene que estar «en su punto, pero poco hecha», lo mismo que el pescado al horno. Si no, es que pongo mal gesto o me quedo a medio comer. Es decir, me he vuelto vergonzosamente delicado y hasta escrupuloso. Y eso es, sin discusión, una clara limitación: a una persona joven no le importa tanto si tiene que beber vino peleón o tomar ginebra de garrafón, pueden soportar mejor la carne achicharrada o el pescado al horno casi crudo. Eso es una señal de adaptación al momento, y esa capacidad de adaptarse ya se sabe que equivale a inteligencia y flexibilidad. Y otra cosa: cuando voy a los restaurantes, si tardan en servir o el camarero no pone buena cara, pues hasta me molesto, y entonces el otro se cabrea más, y lo mismo se va relatando algo así como viejo quisquilloso, o parecido, y entonces soy yo quien me enfurezco más. Eso no le pasa a los jóvenes, ellos son más abiertos, espontáneos, naturales, empatizan rápido con el camarero y terminan haciéndose colegas, aunque griten, golpeen las mesas, tiren los vasos y no le dejen propina. Es envidiable ser joven, no digan.

Otro tanto con la música: cada vez hay ido gustándome más la clásica, aunque parte de ella tiende a favorecer el estado de apaciguamiento y relajación; así que uno se contagia con esta y otras cosas, y vive como a cámara lenta. No pasa así con los jóvenes, que suelen inclinarse por la música alegre, movida, ágil. Y bastante de ella dicen que es de mucha calidad, como el reguetón, bacalao, rap, de las cuales no he oído mucho y puedo, por tanto, opinar poco. Pero parece que, en general, son canciones de ritmo cambiante y no repetitivo y machacón, con instrumentación elaborada, muy variada, y, sobre todo, con unas letras alucinantes y creativas, del tipo Okay, Motomami/Fina, un origami/Cruda a lo sashimi/Ooh). ¿O no? Bajo el efecto de estos ritmos y estimulantes mensajes, algunos de ellos gritan y patean el suelo con entusiasmo y vigor hasta que el viejo del piso de abajo sube, patéticamente, a protestar porque no le dejan dormir.

Sobre la literatura, igual. Empecé a alarmarme cuando me pillé leyendo por segunda vez la Ilíada. ¿A quién se le ocurre reincidir en una obra tan viejísima, que se tira, por ejemplo, todo un largo capítulo catalogando cóncavas naves, bajan del cielo muchos dioses a luchar cada uno en su bando, y repiten así habló y ojizarca no sé las veces? Cosa distinta son los jóvenes, con su literatura fresca, más bien ligera, pero motivadora y de calidad, con temática adaptada a sus gustos y problemas. Digo yo. Jóvenes sin complejos, que no tienen mayor vergüenza  en reconocer que no han leído durante toda su escolaridad ni un capítulo íntegro del Quijote, porque es obra también antigua, un peñazo, y además no dice nada interesante.

Para qué voy a seguir. No me queda ya tiempo ni ganas para abordar el aspecto sexual, estoy algo fatigado.

Algunos mayores, como mi Ella, para conformarse, dicen que son más sabios, que tiene más experiencia y madurez (¿eso qué es?), que no volverían atrás. Que los años les han hecho valorar y aprender a degustar los placeres de la mesa, la buena literatura y la música de calidad. Que están en la plenitud, como quién dice en la gloria… o cerca. Qué manera de disfrazar las cosas. No son conscientes. Lamentable. E incluso se ponen a pontificar y a dar consejos a los jóvenes. Pero, en el fondo, piensan lo mismo que aquel francés del siglo XVII: los viejos dan buenos consejos porque no pueden dar malos ejemplos.

Yo lo que tengo es envidia de la juventud. Lo que quiero es tener ganas de consumir comida basura, querer ir a los botellones y volver a casa potando por las esquinas, poder soportar, sin inmutarme, cierta música y letras de ahora… cosas así. Poder ser un tanto inconsciente y otro poco irresponsable.

Sí, yo lo que quiero es ser más joven, aunque solo sea un poco. No me importa hacer un pacto o contrato con Mefistófeles, Satán o cualquiera de esa pandilla, para que me descarguen de algunos decenios. Aunque me quede sin alma, conservaré el cuerpo, que es lo que más juego da.

Cuando se lo comento a mi ella, me mira risueña y me dice:

—Tú no estás viejo, estás senil. Estás gagá, tío.

Falta de respeto. No le da vergüenza, decir eso a sus años. No ha madurado nada.

(Esta entrada es una revisión de la publicada el 07.01.2021)

2 comentarios en “QUIERO UN PACTO CON MEFISTÓFELES

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.